Mito del Génesis

Publicado por Fredo jueves, 30 de abril de 2009

Es sabido que los mitos cosmogónicos narran la creación del universo. El nacimiento del conocimiento racional. En “Cien años de soledad”, no se narra la creación del mundo desde la nada, pero sí la de una sociedad humana dentro de un universo ya hecho. Toda génesis humana parte de la génesis cósmica: la primera, repitiendo; la segunda, rehaciendo.

Aunque Cien años de soledad es descrita como una cosmogonía semejante a la de la Biblia, hay una diferencia muy importante entre una y otra, ya que la historia de la Biblia es lineal, mientras la de la novela es cíclica; puesto que el autor, constantemente, comienza y rehace su historia. En cambio, la Biblia avanza desde la creación, el Paraíso Terrenal, la raza elegida, la encarnación, la crucifixión, hasta el Apocalipsis. El mundo que surge en Cien años de soledad, es un mundo primordial, perfecto, prehistórico y prelingüístico (“muchas cosas carecían de nombre”); aunque esta condición no perdura ni en la Biblia ni en la novela. El lenguaje, en el sentido “mítico-religioso” de la “palabra”, indica no sólo el inicio del universo, sino también los principios del conocimiento racional, y también, el irracional y científico de los Buendía que coincide con la llegada de los gitanos. Éstos traen a Macondo el lenguaje técnico y científico, es decir, un lenguaje civilizado, al dar a conocer los nuevos inventos.

Macondo se asemeja al Paraíso Terrenal. José Arcadio Buendía sería, desde luego, Adán. Macondo parece una utopía fundada por hombres; aldea, en vez, de jardín; una arcadia porque está aislada, donde la convivencia es pacífica; y su ambiente refleja el nombre de su fundador.

Los fundadores del pueblo, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, en un principio, idealizados, son modelos de virtud y laboriosidad. En esto, se puede establecer otro paralelo bíblico, al designar a José Arcadio Buendía como el patriarca juvenil y a la laboriosa de Úrsula , compañera de su marido.

Sin embargo, Macondo, como la mayoría de las sociedades “ideales”, está destinada a desaparecer. Este proceso es inevitable, porque el conflicto y el dualismo existen incluso en el Paraíso. Melquíades le ofrece a José Arcadio Buendía la fruta de su Árbol de la Sabiduría, y el patriarca pierde, fácilmente, su inocencia. Una vez imbuido en el camino del conocimiento, pierde y olvida el interés por gobernar y vivir; entonces, los modelos se invierten y Úrsula, suave y sutilmente, pasa a fortalecer un matriarcado ante la inutilidad del marido.

Los mitos cosmogónicos son prehistóricos. Los mitos “históricos”, una vez perdida la inocencia primordial, describe, lo que sucede a los dioses y a los súper héroes. En esta novela no hay dioses: por ello, se describen las hazañas de sus héroes, por ejemplo, la del Coronel Aureliano Buendía.

Uno de los esquemas en que se basa la acción del relato, tiene estrecha relación (aunque no un rígido paralelismo) con el desarrollo del génesis bíblico a partir de la historia de Abraham: los casamientos sucesivos, la doble descendencia (por un lado de la esposa; por el otro, de la concubina), la aceptación e incorporación de todos los hijos (que a nivel bíblico, se interpreta como asimilación de los demás pueblos), la elección de un hijo como continuador, la presentación de gemelos, la recurrencia de hermanos incestuosos, la repetición de ciclos, etc.

José Arcadio Buendía es, sin duda, el hombre de la Alianza; así, lo indica la sacralidad de sus gestos, su íntima religación con el simbolismo de la casa (como núcleo interior al espacio sagrado de la colectividad) y de árbol al que es atado y al cual se liga su figura y luego su espectro. El árbol, concebido en muchas versiones míticas como eje del mundo, es un símbolo múltiple que señala la presencia de un centro, pero, a la vez, señala la preeminencia de la verticalidad y se transforma en símbolo iniciático al erigirse en una escala que comunica todos los niveles: Infierno, Tierra y Cielo.

El árbol como Falo, (símbolo de la virilidad y la acción creadora del hombre), liga a José Arcadio Buendía con los mitos arcaicos y clásicos. José Acadio Buendía es, además, el hombre natural, el héroe civilizador, el iniciador, el patriarca que lleva el pueblo a la Tierra Prometida; pero, es, también, el iniciador de los Nuevos Tiempos, el que muere atado a un árbol, que pasa, así, a ser equivalente simbólico de la cruz: “(...)La cruz es el árbol de la vida(...)”(Eliade,1983,p30).[1]
José Arcadio Buendía, en cuanto a Cristo, funda también una familia, cuya estirpe se prolonga a lo largo de un tiempo determinado y cuya perduración es combatida, a veces, desde afuera, a veces, desde adentro de su propia casa. Muchos son los símbolos e indicios que acompañan la figura de José Arcadio Buendía para señalarlo, metafóricamente, como Cristo.

José Arcadio entra en el delirio aparente de querer aplicar los principios del péndulo a todo lo que fuera útil, puesto en movimiento. El simbolismo del péndulo, como de la cruz, tiene referencia al equilibrio y la justicia. El delirio de Cristo y José Arcadio es la justicia y el sufrir el rechazo y la incomprensión de sus pares, que lo conduce a ser atado al castaño (el castaño, como la encina, es el árbol sagrado de los antiguos); es decir, conducido a su crucifixión que tiene lugar dentro y fuera del tiempo. “(...)Lo dejaron hablando en lengua extraña(...)”(p.110) Se alude a la extrañeza del “lenguaje” de Cristo, llevado más que todo, a la incomprensión que sufría por parte de los demás.

Gabriel García Márquez sólo puede presentar al Cristo histórico en la imagen de un loco incomprendido. Otra instancia referida a la persona histórica y mítica de Cristo es la muerte de José Arcadio Buendía; ésta alude al sacrificio de Jesús a través de la imagen de “una llovizna de flores amarillas”, símbolo de salvación, que cae sobre el pueblo. Asimismo, se alude a la llegada de un indio, Cataure, que viene al “sepelio del rey” expresando así a Cristo - a José Arcadio Buendía- a través de una imagen alquímica.

Todos los personajes que pertenecen al Clan Buen día se dibujan, de un modo u otro, sobre el arquetipo del fundador, al que se le puede adjudicar los valores de Abraham y Cristo (Antigua y nueva alianza del pueblo elegido con Dios) y así - como leemos en el génesis - la Alianza de Abraham con Yahvé se renueva en su hijo Isaac quien pasa a ser depositario del pacto sagrado de la conducción de su pueblo- Aureliano repite las características paternas aunque con otra modulación temperamental, que lo conducirá a la acción y la guerra.
[1] Ibídem (10)

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